Para quienes tuvieron la suerte de vivirlo en directo resulta imposible escapar de la tentación del recuerdo cada vez que Independiente y Argentinos Juniors cruzan sus destinos en Avellaneda. La noche del 10 de octubre de 1985, Diablo y Bichos se jugaron mano a mano en ese mismo escenario el pase a la final de la Libertadores y ofrecieron un duelo que parece insuperable en cuanto a emoción y calidad. Sobre todo porque estaban sobre el césped Bochini y Borghi, Batista y Marangoni, Olguín y Villaverde… apellidos ilustres difíciles de igualar.
Hoy se viven otros tiempos, más modestos en lo técnico, más sofisticados en lo táctico. Simplemente diferentes. Y aunque hay estilos y pretensiones que se llevan impregnadas en determinadas camisetas, si los intérpretes son otros la voluntad de Ariel Holan y Alfredo Berti por respetar los dictados de la memoria no termina de cuajar.
El dinamismo y la aceleración son bienvenidos para dotar de ritmo a un partido, pero necesita la pausa para darle sentido a la circulación y continuidad al juego. El problema es que las versiones 2018 de Independiente y Argentinos Juniors saben mucho más de velocidad que de freno. Y sin freno, la pelota puede viajar de área a área rompiendo la barrera del sonido, pero el descontrol acaba por ganarle a la precisión, y el espectáculo acaba siendo menor a lo que parece, incluso a lo que se merece.
El fútbol vivaz del equipo de La Paternal se adueñó del ambiente desde el primer minuto e invadió la noche. Las camisetas blancas que revoloteaban por la mitad de la cancha parecieron ser más que las rojas durante varios lapsos del encuentro. La movilidad de Montero, Alexis Mac Allister, Batallini, Cabrera y González descubrieron dudas y agujeros peligrosos en el fondo rival, pero en parte debido a no cambiar de marcha ni siquiera para definir, recién sobre el final Argentinos logró trasladar la superioridad a la red. Por el contrario, acabó convirtiendo a Martín Campaña en la gran figura de la noche.
Le costó demasiado trabajo a Indepediente bajarle un par de cambios a tanto frenesí. Por más empeño que puso Nico Domingo, los de Holan también se subieron a la moto. Tuvieron a su favor un factor que suele estar en su debe: la contundencia. Su primera llegada seria acabó en gol, tras un pase profundo de Sánchez Miño -muy filoso en las subidas durante todo el partido- y un excelente control, giro y remate de Gigliotti. La segunda también. Leandro Fernández apretó la salida de Chaves, robó y le cedió el tanto a Meza.
El tempranero resultado a favor, toda una rareza en el ciclo de Holan en el Rojo, y la gran actuación de su arquero, le permitió a Independiente vivir una noche tranquila en el resultado.
Pero pensando en el futuro, y el más cercano tiene fecha el jueves ante Millonarios por la Copa, no debería engañarse por el triunfo y el festejo que se desató en las tribunas. Porque no fue un buen partido el suyo, porque le está costando demasiado trabajo poner el desarrollo del juego en la velocidad que más le conviene y, en consecuencia, no puede controlarlo. Y sin control las intenciones y las propuestas nufragan por exceso.
Los dos abundaron en el mismo error, y por eso, aunque hayan brindado una noche entretenida para vivir con los ojos bien abiertos, se quedaron a medias, sin poder borrar de la memoria a aquellos fenómenos del 85.