(Córdoba) Algunos la recordarán como aquella enorme mole enclavada en el corazón de un barrio viejo, con sus colosales muros blancos descascarados, sus torretas, su alambrado incruzable.
Otros no podrán quitarse de la memoria los terribles fusilamientos cometidos en la última dictadura, cuando Luciano Benjamín Menéndez era un perverso amo y señor que decidía vida y muerte en Córdoba.
Otros recordarán a este viejo edificio por las ovejas que pastaban en los jardines perimetrales o las hamacas infantiles que los presos vendían.
Pero sin lugar a dudas, la imagen que todos tendremos por siempre serán las dramáticas escenas de presos encapuchados, con púas y armas en sus manos, copando los techos del derruido edificio, exhibiendo como rehenes a guardiacárceles semidesnudos y sangrando, al borde del vacío.
Llega a su fin
Inaugurada el 3 de enero de 1895, la Unidad Penitenciaria 2 de Córdoba, la vieja cárcel de barrio San Martín, cierra sus puertas y, por ahora, de acuerdo con los anuncios del gobernador José Manuel de la Sota, será algo definitivo. El viejo presidio con mayor historia de sangre, muerte y drama de toda Córdoba llega a su fin.
Fuentes oficiales señalaron a La Voz del Interior que las tres cuartas partes de los presos (todos condenados) serán trasladados en tandas a la Cárcel de Bouwer y una pequeña porción a Cruz del Eje.
A diferencia de la Penitenciaría, donde los presos convivían en celdas abiertas dentro de pabellones cerrados con portones de rejas con candado, en Bouwer está previsto que haya al menos dos presos por celda, que son cerradas de forma automática en los distintos módulos. Claramente, la seguridad es más rígida.
Asimismo, los penitenciarios que se desempeñaban en la Cárcel de San Martín pasarán a trabajar en Bouwer.
¿Para siempre?
El objetivo oficial es que, durante este año, el gigante de San Martín cierre sus puertas. El futuro del edificio, cuya superficie ronda los 70 mil metros cuadrados, es incierto.
Que un parque, que un museo, que un complejo edilicio, que un predio mixto entre lo urbano y lo paisajístico… Son varios los planes, ninguna certeza.
Las opiniones de vecinos y comerciantes están divididas: hay quienes sostienen que el cierre de la cárcel “mejorará” este tradicional barrio y lo “modernizará”; mientras otros sostienen que la partida de los guardias podría redundar en inseguridad.
¿Quién puede firmar que el cierre del Penal es definitivo?
¿Acaso la vieja Cárcel de Encausados, ubicada en barrio Güemes, no fue cerrada a comienzos de la década pasada, para ser reabierta luego y ser cerrada y vuelta a abrir infinidad de veces?
Tras su cierre, fue Cárcel de Mujeres, luego alojamiento para menores, posteriormente una alcaidía… Hasta que la Justicia, basándose en el pésimo estado edilicio y las paupérrimas condiciones de alojamiento, obligó a cerrarla.
Desde el Poder Judicial hay silencio y sigilosa atención. No son pocos quienes piensan: si las inspecciones a la Penitenciaría se hacían de forma esporádica, ¿qué va a pasar ahora que “todos se van” a Bouwer?
Desde el plano delictivo, algunos funcionarios judiciales, en forma extraoficial, expresaron su deseo de que en Bouwer haya más control en el acceso de drogas a los muros y se tomen medidas para evitar la consumación de secuestros virtuales.
Muerte y tortura
El capítulo más terrible y cercano de muerte y drama en la Penitenciaría se registró en febrero de 2005, cuando se produjo el motín. Como resultado murieron ocho personas: cinco reclusos, dos guardiacárceles y un policía; al tiempo que hubo un sinnúmero de heridos de todo tipo. Además, se cometieron violaciones contra empleadas carcelarias tomadas como rehenes.
El motín fue consecuencia directa de la superpoblación (había unos 1.700 internos; hoy hay 800), sumada a la falta de personal y malas condiciones de edificación.
Todo empezó el 10 de febrero como una revuelta; pero, en pocos minutos, por la falta de guardias y de preparación, los presos lograron tomar todo el presidio y ganaron los techos.
El gobernador De la Sota ordenó que la Policía repeliera con balas cualquier intento de fuga y así fue.
Un grupo de internos quiso fugarse a bordo de un camión y la Policía los enfrentó: en esa intentona, murieron cinco personas.
En tres juicios se juzgaron la muerte de un policía en el motín, el intento de fuga y el motín en sí.
Jamás, y a pesar de que los jueces ordenaron hacerlo, se investigó ni se juzgó a las autoridades políticas que, por impericia o negligencia, no evitaron el desastre.
Años oscuros
La Penitenciaría también quedará en el triste recuerdo de cómo funcionó como centro de alojamiento, tortura y muerte durante la época del proceso. Por caso, los fusilamientos de 29 presos políticos en 1976.
Más acá en el tiempo y más allá de la trágica revuelta de 2005, el penal fue escenario de varios motines, tomas de rehenes y violentos intentos de fugas.
Algunos escapes funcionaron, otros fracasaron. Pocos se olvidan de aquel mayo de 1999, cuando presos hicieron detonar dos bombas de trotyl en el muro: uno adentro y otro afuera. El plan fracasó, porque los artefactos no pudieron hacer un boquete. Eso sí, lograron dañar casas y sembrar pánico en todo el vecindario.
El Gobierno jamás pagó indemnizaciones.
Fuente: La Voz del Interior