
En el corazón de la Fundación Enrri Praolini, donde cada jornada se encienden los fuegos para preparar alimento para decenas de chicos y chicas, Mercedes lleva adelante una tarea tan silenciosa como esencial: cocinar. Hace siete años que forma parte de este espacio social, y desde entonces, cada día empieza con harina, esfuerzo y la esperanza de que ningún niño se quede sin comer.
“Se siente una gran alegría”, dijo Mercedes con una sonrisa cálida, al hablar de su rutina diaria. “Yo hago el pan a la mañana, y los chicos desayunan, almuerzan y meriendan. Que venga un niño, me abrace y me diga: ‘doña Mercedes, estaba rico el pan’, es una satisfacción enorme. Saber que lo que haces les gusta, que se van con la pancita llena, te hace feliz”, sostuvo con emoción.
Pero esa felicidad también convive con momentos difíciles. “A veces tenemos que empezar a rascar el freezer, ver qué podemos hacer con lo poco que hay. Tratamos de equilibrar la comida para que alcance para todos”, cuenta con honestidad. “Hay chicos que quieren repetir, pero no podemos darles otro plato. Y decirles que no, duele… porque uno sabe que si te lo piden, es porque tienen hambre”, explicó Mercedes.
Mercedes graficó con crudeza la realidad alimenticia que padecen niños y niñas de la Capital. En este sentido, expresó que «los días lunes los chicos llegan con hambre, y los viernes se preparan para el sábado y domingo, porque saben que en su casa no va a haber comida. Es muy duro ver esa realidad y darte cuenta de cuántas cosas tenemos en nuestras casas, que a veces no valoramos: calefacción, aire, comida en cada comida del día… y ellos no tienen nada”.
El trabajo en la cocina no lo hace sola. La acompañan Alejandra y Fanny, y también “el Gringo”, el único hombre del equipo, que se encarga de las tareas más pesadas: encender el horno, amasarlo, limpiarlo y ayudar a hornear el pan.
En total son cuatro personas que, con compromiso y entrega, sostienen una labor esencial: alimentar. No sólo con pan y comida, sino con cariño, con presencia, con esa cercanía que los chicos reconocen y valoran más allá del plato.
La Fundación Enrri Praolini sigue siendo un refugio para muchos. Y Mercedes, con su calidez y su constancia, es una de esas piezas silenciosas que hacen posible que cada jornada sea un poco más digna para quienes menos tienen.
“Gracias a ustedes —dice Mercedes, al cerrar la entrevista—, porque siempre están con nosotros, no nos dejan solos. Nos acompañan y nos apoyan. Eso también alimenta”.