
Aunque nuestras vidas se cruzaron en algunas oportunidades, recién pude conocerlo personalmente en junio del 2018, cuando vino a La Rioja, invitado por la Universidad Nacional y por la Municipalidad de la Capital para recibir el Honoris Causa.
Pero nuestras vidas se habían tocado previa y tangencialmente. Primero en un “local” (casa o apartamento que servía de fachada pública para actividades del MLN Tupamaros) donde en un sótano había tres compañeros escondidos en la clandestinidad. Todos bajo el sistema de compartimentación, es decir, no sabíamos la ubicación del local ni tampoco quienes estaban allí.
Luego de darles la comida, les bajamos un balde con agua para que tuvieran para tomar. Al rato nos devuelven el balde, ¡con los platos y cubiertos limpios adentro! Para el adolescente que era yo entonces, fue toda una lección, sobre todo de humildad. Tiempo después me enteré que uno de los tres, era “el Pepe”. En ese momento no sabía su apellido, pero en el Movimiento, “el Pepe” era parte de la conducción nacional del MLN, que en ese entonces tenía varias columnas (equivalente a brigadas político-militares) en Montevideo y el interior del Uruguay.
Después la vida y la represión nos volvió a acercar, en el 1972, en el penal de Libertad. Si, porque el penal especial para presos políticos en Uruguay, está en un pueblo que se llama Libertad, a 55 km de Montevideo. Pero tampoco ahí lo conocí personalmente porque la conducción del movimiento estaba en las celdas del primer piso y yo estaba en el quinto piso, el último, donde estábamos los presos de “menor categoría” para los militares.
Y los recreos, eran por turnos y por piso. Desde el quinto piso podíamos ver las chacras y campos que rodeaban la cárcel. Una vista privilegiada. Tanto que un compañero veía a su madre cuando salía a darle de comer a las gallinas y otros animales de su granja.
Desde el primer piso, si bien no tenían ese paisaje, podían ver a los otros presos que salían al recreo y también ver y escuchar como golpeaban a los que traían de otros lugares. Porque la tortura y la traición, -un traidor puede más que mil valientes- habían quebrado el espinazo de la lucha del pueblo. Durante la dictadura, uno de cada 37 uruguayos fue arrestado en algún momento y alrededor del 10% de la población emigró.
Por eso nos corrió un sudor frío cuando en setiembre del 73 (yo ya había partido hacia el exilio, porque la dictadura estaba en su momento más caliente y la persecución era terrible) nos enteramos que los militares habían sacado a nueve compañeros de la dirección del MLN y repartiéndolos en tríos los mantuvo como rehenes durante once años, seis meses y siete días, amenazándolos con matarlos si había alguna acción contra el gobierno dictatorial.
Al Pepe le tocó con Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencoff, quienes al caer la dictadura y tras ser liberados, escribieron el libro “Memorias del Calabozo”, sobre el cual se realizó la película “La Noche de 12 años”.
Y aquí viene lo más importante del Pepe, a mi entender. Y lo anticipan bien sus compañeros, al señalar que Mujica, si bien aportó para escribir ese libro, no pudo participar de la escritura del mismo porque se encontraba militando. Porque ya Mujica y otros dirigentes del MLN habían tomado la decisión de abandonar la clandestinidad y la lucha armada, para integrarse al sistema electoral.
Esto motivo un gran debate ideológico no sólo dentro de los restos del MLN sino también dentro del Frente Amplio y sus partidos que entonces lo integraban, especialmente el partido Comunista y el Socialista y el Partido Demócrata Cristiano, que a la postre se terminó yendo del FA.
En medio de esa situación, Mujica seguía vendiendo flores en las ferias, de la chacra que le habían dejado sus padres. Y militando de forma muy sencilla: junto a su compañera, Lucía Topolansky y otros compañeros, iban plaza por plaza, con banquitos y reposeras, haciendo mateadas para hablar con los vecinos. De allí nació el Movimiento de Participación Popular (MPP) partido que se transformó el más grande dentro Frente y que acaba de llevar a la presidencia de Uruguay, al profesor Yamandú Orsi. Pero aquel encuentro personal en el 2018, terminó en un desayuno en el que recordamos brevemente nuestros números de presos en Libertad y le entregué un libro autoría de otro amigo uruguayo también exiliado en Barcelona y seguro que lo leyó porque me comentó que hasta había leído Los Coroneles de Mitre, de Ricardo Mercado Luna. “Me pasé once años sin leer nada, así que ahora me leo todo” me dijo, riéndose.
Tenía en su casa cualquier cantidad de libros regalados, así que los regalaba a su vez. Acabo de ver un videíto en el que Mujica le muestra a joven que lo entrevista, un libro que saca de un bolsito: lo abre y señalando la escritura a mano que se ve, le dice al joven: “es la letra del Che Guevara”.