
A veces, la justicia tarda, pero llega. Y cuando llega, hay madres que pueden, por fin, respirar un poco más profundo. No porque el dolor se haya ido, sino porque sienten que, al menos, su voz fue escuchada. Así lo vive Alejandra Arias, madre de una niña víctima de abuso, quien este miércoles, tras años de lucha, pudo abrazar la sentencia como un acto reparador, aunque incompleto. El abusador, fue condenado a 35 años de prisión.
“El daño no se repara con nada, pero estamos conformes. Mi hija se acostó más tranquila, sintió que la escucharon. Y eso no es poca cosa”.
Su testimonio, cargado de humanidad y de una entereza conmovedora, no gira en torno al caso judicial sino al proceso interno, que tantas veces recorren en silencio las familias que acompañan a sus hijas e hijos víctimas de violencia.
“La lucha fue constante. Día a día. Hubo muchas trabas, mucho silencio, y muchas veces me sentí sola. Pero jamás dejé de ir con la verdad”, expresó.
Arias sabe que la justicia no siempre llega en el tiempo que se necesita. Denuncia que hubo intentos por encubrir, por distorsionar, por frenar el avance de la causa. Pero no se detuvo. Resistió. Se sostuvo en la promesa que le hizo a su hija: que no iba a permitir que todo quedara impune.
“Este caso es un antes y un después para Chilecito. Creo que a partir de ahora las víctimas van a ser escuchadas de otra manera. Porque hay un camino abierto. Porque ya no estamos solas”.
“Que les crean. Que los abracen”
Alejandra, en su rol de madre, también tiene un mensaje que trasciende el proceso judicial. Es un llamado a la empatía, a la escucha activa, al compromiso afectivo con las infancias. No sólo habla de lo vivido, sino de lo que urge transformar.
“Que los niños se animen a hablar. Que los papás les crean. Que los abracen mucho. Que los acompañen siempre. Que les digan que sí se puede. Que se puede llegar a la justicia, aunque el camino sea largo”.
Sus palabras no suenan a consigna ni a frase de ocasión. “Es un camino doloroso, pero cuando llega el final, se siente alivio. Se saca una mochila muy pesada de los hombros. Y se empieza a sanar”, indicó.
La contención como reparación
La sentencia dictada no sólo dispuso una condena penal. También reconoció la necesidad de un acompañamiento psicológico y social integral para la niña y su familia. Alejandra valora ese gesto. Lo considera parte de lo que toda víctima merece.
“Sabemos que tenemos garantizado ese acompañamiento por el tiempo que lo necesitemos. Y eso nos da algo de tranquilidad. Mis hijos lo necesitan. Mi hija, sobre todo”.
La historia de Alejandra es una entre muchas, pero su voz se levanta como un grito necesario. No por lo excepcional, sino por lo representativo. “Mi hija tiene muchos sueños por cumplir. Siempre va a tener a su familia. Siempre le decimos que no está sola. Y que va a ser una gran mujer. Lo sé. Lo siento”, manifestó.