
Valeria Liria y su esposo Juan conforman una de esas historias que conmueven, inspiran y, sobre todo, invitan a reflexionar. Después de años de tratamientos médicos en busca de ser padres, tomaron la difícil pero liberadora decisión de dejar de exponer el cuerpo al desgaste físico y emocional. Fue entonces cuando nació una nueva esperanza: la adopción.
“Él me acompañó siempre. Cuando decidimos parar, sabíamos que el deseo de ser mamá y papá seguía intacto”, contó Valeria. La pareja comenzó a informarse y a seguir de cerca las convocatorias públicas de adopción, un mecanismo clave que busca dar respuesta a las infancias que más tiempo llevan esperando un hogar.
El 11 de mayo de 2022, enviaron un correo electrónico respondiendo a una convocatoria para tres hermanos: una niña y dos varones que llevaban casi tres años y medio en un hogar. La respuesta no tardó en llegar. “El 7 de junio nos llamaron desde el juzgado para decirnos que nuestra carpeta había sido seleccionada. Ahí empezó todo”, recordó Valeria.
A partir de ese momento, se sucedieron entrevistas con defensores oficiales, psicólogos, trabajadores sociales y finalmente la jueza. El proceso fue intenso, pero gratificante. “El 4 de septiembre conocimos a nuestros hijos y el 23 de ese mes ya estaban viviendo con nosotros. Fue rápido, pero muy amoroso.”
Una familia que se elige
Valeria remarcó que no solo ellos eligieron ser padres, también sus hijos los eligieron a ellos. “Eso es lo más fuerte. Ellos también nos eligieron día a día como mamá y papá.”
Hoy, sus tres hijos tienen 14, 10 y 6 años, y la familia vive una cotidianeidad llena de risas, aprendizajes, desafíos y amor. «La mayor está por cumplir 15, el del medio tiene 10, y el más chiquito ya casi cumple 7. Son buenos, como todo niño: traviesos, inquietos, con sus etapas. La adolescente con su preadolescencia… y nosotros aprendiendo cada día a ser mamá y papá.”
Además Valeria explicó que “era la última convocatoria pública para que pudieran ser adoptados como hermanos. Si no aparecía una familia, los iban a dividir. Y muchas veces, los mayores son los que más difícil la tienen, porque su edad va ‘arrastrando’ a los menores hacia esa posibilidad de no ser adoptados.”
La importancia de un hogar, no solo una institución
A pesar de haber formado una nueva familia, la familia mantiene contacto con el hogar donde vivían los chicos. “En nuestro caso, fue un buen lugar. Les salvó la vida. Una de las cuidadoras que estuvo con el más chiquito viene a los cumpleaños, hacemos videollamadas, seguimos el vínculo. Eso también es parte de nuestra historia.”
“A los 18 años, si no son adoptados, deben irse del hogar. Son chicos que no conocen otra vida. Tal vez tienen algún tutor o programa económico mínimo, pero en la práctica, quedan solos. Por eso milito por la adopción. Por todos los amiguitos de mis hijos que siguen esperando.”
Un mensaje que deja huella
Valeria concluyó con una frase que resume el corazón de esta historia: “Disfrutamos cada día. Esta es una experiencia maravillosa. Y va a seguir siéndolo. Porque uno no deja de ser mamá o papá cuando los hijos crecen.”
La historia de Valeria y Juan es un testimonio de amor, compromiso y humanidad pero también es una invitación a mirar más allá de los prejuicios y a entender que, muchas veces, las familias no se forman por la sangre, sino por la elección, la entrega y el amor incondicional.