
Cada 18 de febrero se conmemora el Día Internacional del Síndrome de Asperger, en honor al natalicio de su descubridor Hans Asperger, quien en 1943 describió este trastorno del neurodesarrollo. Aunque hoy se considera parte del Trastorno del Espectro Autista (TEA), sigue siendo importante visibilizar sus características, diagnóstico y tratamientos para fomentar la inclusión y comprensión.
¿Qué es el Síndrome de Asperger y cómo se manifiesta?
El Asperger es un trastorno del neurodesarrollo dentro del espectro autista, lo que significa que afecta la forma en que una persona percibe y entiende el mundo. No implica una discapacidad intelectual ni problemas en el lenguaje, pero sí una dificultad para interpretar normas sociales y relacionarse con los demás.
Hans Asperger describió a los niños con esta condición como personas con una inteligencia normal o superior, pero con dificultades para entender emociones y expresarlas. En sus propias palabras: «Estos niños presentan a menudo una sorprendente sensibilidad hacia la personalidad de sus profesores (…) Pueden ser enseñados, pero solamente por aquellos que les ofrecen una comprensión y un afecto verdaderos.»
- Dificultad para entender reglas sociales: pueden no captar el lenguaje corporal, las expresiones faciales o los dobles sentidos.
- Uso de un lenguaje inusual: pueden hablar en un tono monótono, demasiado alto o con un lenguaje muy formal para su edad.
- Intereses específicos y obsesivos: se enfocan en un solo tema con una intensidad inusual, como datos históricos, mapas o películas.
- Rutinas estrictas y resistencia al cambio: cambios inesperados en su rutina pueden causarles ansiedad o malestar.
- Hipersensibilidad sensorial: pueden ser muy sensibles a luces brillantes, ruidos fuertes o ciertas texturas.
Dificultades para hacer amigos: les cuesta entender cómo iniciar o mantener conversaciones, lo que puede llevar a que sean incomprendidos o aislados.
Las causas exactas del Asperger aún no están claras, pero se cree que hay una combinación de factores genéticos y ambientales. Un dato clave es que las vacunas no causan autismo ni Asperger, un mito que fue desacreditado por la ciencia.
Diagnóstico y tratamientos
El Asperger generalmente se diagnostica en la infancia, aunque en algunos casos las personas llegan a la adultez sin haber recibido un diagnóstico. Dado que no hay una prueba específica, los especialistas evalúan la conducta del niño o adulto en distintos entornos y realizan preguntas sobre su desarrollo, interacción social y habilidades de comunicación.
El diagnóstico suele estar a cargo de:
Psicólogos y psiquiatras, quienes evalúan las conductas y emociones.
Pediatras del desarrollo, especializados en trastornos infantiles.
Neurólogos, para descartar otras condiciones.
Si bien el Asperger no tiene cura, hay diversas terapias que pueden ayudar a mejorar la calidad de vida:
Terapia cognitivo-conductual (TCC): ayuda a manejar la ansiedad y las emociones.
Terapia ocupacional y de integración sensorial: mejora la motricidad y la sensibilidad a estímulos.
Entrenamiento en habilidades sociales: enseña a interpretar señales sociales y comunicarse mejor.
Apoyo en la escuela y en el trabajo: adaptaciones en el aula o en el entorno laboral pueden marcar una gran diferencia.
Medicación: en algunos casos se utilizan medicamentos para tratar síntomas como ansiedad o déficit de atención.