La semana pasada un ataque homoodiante encendió la alarma de los medios riojanos. Al grito de “puto sucio, a ustedes hay que matarlos”, al menos 7 sujetos agredieron brutalmente a Facundo Sayavedra tras participar de la marcha del orgullo que se celebró en la ciudad de La Rioja el 24 de noviembre. El joven debió ingresar a la guardia por los fuertes golpes, y en Radio La Red declaró tener un profundo miedo de salir a la calle: “agradezco a la vida de que esto ocurriera de día, si este ataque hubiera sido de noche no la contaba”.
Este hecho se suma a un bestial ataque que sufrió una docente lesbiana en un colectivo de Lomas de Zamora, en el Gran Buenos Aires. Una pasajera la atacó a golpes y patadas en el piso cuando se dirigía a trabajar a una escuela de la zona sur de la provincia. “Las tortilleras me tienen harta”, se trató de una agresión motivada por odio a su identidad de género. El chofer no quiso detener el colectivo y los demás pasajeros miraron hacia otro lado.
La docente, quien resguardó su identidad para mantenerse segura, declaró en los medios que: “la situación electoral abrió una jaula y a partir del 10 de diciembre va a ser una cacería contra todas las diversidades”. El martes 21 por la noche destrozaron la vidriera del centro cultural La Zorrería, de Monte Grande; días atrás dos hombres amenazaron la zona al grito de “putos y travestis de mierda, se les va a acabar todo”.
Podríamos seguir enumerando casos, pero la nota sería interminable. Insultos en redes sociales, gritos en la calle y golpizas: El odio avanza, y es urgente preguntarnos cómo se relacionan estos casos con el triunfo de Javier Milei, luego del reiterado e inoportuno historial de expresiones homofóbicas que ejercen de forma diaria conductores y militantes del espacio, siendo la más reciente la de su ex asesor Carlos Rodriguez, quien expresó en una entrevista tener un “problema” con los gays vinculado a un “tema hormonal”: “Respeto a los gays, pero si veo dos hombres besándose me duele la barriga”, luego de sus declaraciones informó su renuncia expresando que puede ser más útil a la causa de la libertad si “puedo opinar libremente sin que mis ideas estén asociadas a un partido político o una persona”.
Sin embargo, Rodriguez no fue el único del espacio que, en nombre de la libertad de expresión, despotricó pensamientos atroces en contra de la comunidad. La futura canciller Diana Mondino dijo que como liberal está de acuerdo con el proyecto de vida de cada uno, al ser consultada por el matrimonio igualitario, pero que: “si preferís no bañarte, es tu decisión. Después no te quejes si hay alguien que no le gusta que tengas piojos”. Javier Milei, tiempo atrás, hizo mención a la identidad de género y dijo que: “mientras no me hagas pagar la cuenta, sé lo que quieras. Si te querés percibir como un puma, hacelo”, fue la simpática analogía que el referente de los leoncitos enojados utilizó. Como último ejemplo, para no hacer interminable la lista, (créanme, hay más) fue una capacitación de fiscales de LLA La Rioja donde violentaron la Ley de Identidad de Género al exigir que las personas que se acerquen a votar con una expresión de género diferente a la que figura en su DNI no podrán hacerlo. Estas personas deberán “cambiarse la ropa y volver a votar nuevamente”, según el instructor.
Para reflexionar sobre la proliferación de los discursos de odio, La Red dialogó con Marcela Gabioud, referente de la Red Par, quien expresó que en nombre de la libertad de expresión “hay una legitimidad para decir públicamente cosas que antes no había. Cuando esa legitimidad comienza a consolidarse y se reproduce en los medios sin ninguna crítica se constituye una conciencia social que permite formas de denigrar a las personas”.
“Hay un dispositivo social que habilitó que estos discursos sean legítimos”, indicó la profesional, y también aseguró que la legitimidad de los discursos de odio dieron lugar a que estas acciones se reproduzcan: “Cuanto más se reproducen los discursos de odio, más se legitiman las acciones de violencia; y aquel que en los medios de comunicación no retruca o incomoda a quien vulnera derechos, es cómplice de los ataques que las personas reciban en la calle posteriormente”.
Julián Ponsone, periodista especializado en género, explicó a La Red que estos discursos se fueron naturalizando en los últimos años: “durante los gobiernos de Cristina e incluso durante el macrismo había cosas que en la tele no podías decir, no por una cuestión como de corrección política, sino que a nadie se le ocurría. Esos corrimientos de los discursos y los modelos de país que proponen ciertos políticos en donde excluye a la disidencia sexual, terminan calando en esos votantes, porque la política lo que hace es buscar representar a la población”, analizó. Del mismo modo, indicó que la normalización de los discursos de odio genera “no sólo un daño inmediato a la moral y la dignidad de los grupos atacados, sino que a largo plazo corren la vara de lo que está permitido cuestionar y genera desplazamientos en la línea de tolerancia”.
Es evidente que no se puede culpar a la LLA por estos ataques de odio, sin embargo, hay una responsabilidad que no se puede negar: “degradar, insultar y cuestionar la identidad o la orientación sexual de una persona es vulnerar derechos que están garantizados en nuestra normativa”, reconoció Gabioud.
Ahora bien, ¿cómo se combate desde el plano comunicacional estos discursos?, en principio, indicó la periodista, es fundamental “conocer nuestras leyes. Tenemos la Ley de Identidad de Género, la Ley de Matrimonio Igualitario, Ley de Servicio de Comunicación Audiovisual, y eso da un marco a quienes hacemos comunicación para trabajar en el marco de los derechos. Se debe conocer y recordar a la audiencia que tenemos un marco normativo que está basado en los derechos humanos, no es correcto decir cualquier cosa sobre una persona porque se está vulnerando un derecho”.
“Debemos recordar que vivimos en un país que avanzó en la legislación y hay una relación directa entre la vulneración de esos derechos y la violencia que se ejerce en las calles, porque legitima el discurso y la práctica. Cuando más reproducimos los discursos de odio somos cómplices de las prácticas violentas que van hacía esos grupos”, aseguró.
En cuanto al rol de los usuarios, Ponsone recomendó que “no se dejen subestimar”, ya que los discursos de odio son “fácilmente desarmables con información”: “Los medios siguen cada vez más los patrones de las redes sociales que son los algoritmos. El clickbait, las fake news, la infodemia, todo esto precariza la información que los usuarios consumen”, en este sentido, remarcó la importancia de mantenerse informados para evitar caer en discursos que inciten al odio.