
El Licenciado Miguel Fariz dialogó con La Red sobre uno de los temas más urgentes de la vida contemporánea: el impacto de la tecnología en la salud mental y los vínculos humanos. En un contexto de hiperconectividad, redes sociales omnipresentes y pantallas que atraviesan todas las edades, Fariz trazó un diagnóstico claro: estamos frente a una generación ansiosa, hipersensible a la incertidumbre y cada vez más desconectada de sí misma.
“La tecnología no golpeó la puerta, directamente entró a nuestras casas. Afectó a niños, adolescentes, parejas y familias enteras. Donde antes existían espacios de encuentro, como el almuerzo o la cena, hoy hay pantallas que interrumpen el diálogo y la escucha”, planteó Fariz. Según el especialista, el punto de inflexión se dio con la aparición de los smartphones, que pusieron “todo en la palma de la mano”, generando aislamiento y dependencia.
Fariz citó el concepto de “generación ansiosa”, desarrollado por el autor Jonathan Haidt, para describir cómo las redes sociales han reemplazado la vida propia por la observación constante de la vida ajena. “La búsqueda de likes, la comparación constante, la idea de que si no tenés la ‘manzanita’ estás fuera del sistema, genera una frustración enorme”, explicó.
El licenciado recordó que muchas de las consecuencias que se viven hoy comenzaron a manifestarse con fuerza durante la pandemia. “Familias que antes estaban fuera de casa desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche, de pronto se vieron obligadas a convivir todo el día, con el celular como único contacto con el afuera. Eso generó problemas de convivencia, aumentó el consumo de alcohol y desdibujó rutinas como el respeto por los horarios de las comidas”.
Según Fariz, las consultas psicológicas han aumentado notablemente, impulsadas por la ansiedad, la depresión, y una baja tolerancia a la incertidumbre. “Hoy la gente no soporta no saber qué va a pasar. Vivimos con un nivel de irritabilidad altísimo. No se puede esperar, no se puede postergar, todo tiene que ser inmediato”.
En este panorama, el especialista fue claro: las familias deben recuperar espacios de diálogo y establecer límites. “El celular no puede estar en la mesa. Ni en el almuerzo ni en la cena. Hay que recuperar ese lugar de encuentro donde aunque sea en silencio, todos compartían el mismo espacio”.
Además, remarcó el deterioro de la comunicación escrita y oral. “Hoy un ‘hola’ sin emoji puede generar un conflicto. Se interpreta cualquier mensaje y se pierde el sentido real de lo que el otro quiso decir. Esto pasa en adolescentes, pero también en adultos”.
Otro de los puntos clave que planteó Fariz fue el desbalance entre esfuerzo y recompensa que promueven las redes. “Ves a alguien como Bad Bunny que gana millones con dos teclas, mientras otra persona estudia música 25 años y cobra 200 pesos. Eso genera frustración y confusión”.
Frente a eso, propone acompañar a los jóvenes en sus sueños, pero siempre enseñando que el proceso es tan importante como el resultado. “La receta mágica del éxito no existe. Hay que enseñar que los logros verdaderos llevan tiempo, esfuerzo, constancia y apoyo”.
Fariz fue contundente: “No se hizo nada. Se taparon baches. No hubo un abordaje real ni profundo de los efectos sociales y psicológicos que dejó la pandemia. Hay países que lo hicieron, como Estados Unidos, donde se generaron torneos deportivos nocturnos para prevenir el suicidio adolescente. No se necesita mucho dinero, se necesita decisión y políticas públicas pensadas para el bienestar”.
También destacó el potencial que existe en instituciones como la Escuela Polivalente de Arte en La Rioja, donde “salen músicos, bailarines, artistas con un enorme talento que muchas veces no encuentran orientación ni apoyo. Si no se trabaja desde lo educativo, lo cultural y lo deportivo, lo que queda es el vacío y la pantalla”.
El desafío de volver a conectar
Finalmente, Fariz dejó un mensaje: “Antes escribíamos una carta y esperábamos semanas por una respuesta. Hoy si alguien no responde en cinco minutos, nos genera angustia. Tenemos que volver a enseñar el valor del tiempo, del proceso, de la presencia real. Es difícil, pero es necesario”.