
En el corazón del Parque Nacional Talampaya, en La Rioja, Argentina, la ciencia volvió a encontrar huellas del pasado más remoto de la vida en la Tierra. Un hallazgo sorprendente tuvo lugar en uno de los sitios más estudiados por paleontólogos: coprolitos —excrementos fosilizados— pertenecientes a reptiles mamiferoides revelaron la presencia de escamas de mariposas o polillas que datan de hace más de 130 millones de años. Se trata de uno de los registros más antiguos de lepidópteros en el mundo.
La historia comenzó en 2011, cuando un equipo de investigadores del CRILAR (Centro Regional de Investigaciones Científicas de La Rioja) y del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” se encontraba explorando una zona del parque. Fue allí donde detectaron un área repleta de coprolitos.
“Encontramos un lugar lleno de excrementos fosilizados”, recuerdo Javier Torrens, entomólogo del CRILAR. “En ese contexto, pertenecían a reptiles mamiferoides, no dinosaurios como muchos piensan. Eran reptiles enormes, del tamaño de un hipopótamo, y son los que luego darían origen a los mamíferos”, expresó en dialogo con Radio La Red La Rioja.
Con el paso del tiempo, el equipo comenzó a desintegrar cuidadosamente los coprolitos mediante ácidos que degradan la materia mineral pero no afectan estructuras orgánicas como la quitina, el componente del exoesqueleto de muchos insectos. Fue entonces cuando ocurrió la gran sorpresa: entre los fragmentos, aparecieron diminutas escamas.
“Al analizarlas morfológicamente, nos dimos cuenta de que eran escamas de lepidópteros, es decir, del grupo que incluye a mariposas y polillas”, explica Torrens. “Esto nos llevó a determinar que estos insectos ya estaban presentes en el período Triásico tardío o principios del Jurásico, hace aproximadamente 136 millones de años”.
El hallazgo es importante no solo por su antigüedad, sino también por lo que revela sobre la evolución de los insectos y la interacción con las plantas de su entorno. En aquel entonces, las flores aún no existían como hoy las conocemos.
“Las flores aparecieron recién en el Jurásico, mucho después”, detalló Torrens. “Pero en esa época había gimnospermas como las cícadas y las coníferas, que liberaban sustancias azucaradas que atraían a estos insectos. No era néctar, pero cumplía una función similar. Por eso creemos que ya había formas primitivas de polinización”, indicó el especialista.
Una pregunta inevitable surge: ¿por qué aparecieron estas escamas en los excrementos de animales herbívoros? Según el entomólogo, la explicación es tan lógica como fascinante.
“Estos reptiles no eran insectívoros, eran herbívoros. Entonces, nuestra hipótesis es que, al comer plantas, también ingerían por accidente los insectos que estaban sobre ellas, como estas maripositas primitivas”, afirmó. “Así es como sus restos llegaron hasta los coprolitos, y desde allí, hasta nosotros”, consideró.
El carácter resistente de las escamas fue clave en esta historia. “La gente no siempre lo sabe, pero las mariposas y polillas están cubiertas por escamitas muy resistentes”, añade. “Tanto es así que, si tocás una polilla y te frotás el ojo, podés lastimarte. Esas escamas se comportan como pequeños chiletes, y esa misma dureza es la que les permitió sobrevivir al paso del tiempo”, sostuvo.
A lo largo de estos años, el proyecto sumó a muchos científicos de distintas disciplinas. El investigador principal fue Luca Fiorelli, actualmente de viaje, pero participaron también equipos del Museo Rivadavia y otros especialistas en polen, hongos y paleoambientes. Javier Torrens se integró cuando aparecieron los restos de insectos, dada su especialización en entomología.
“En realidad, los coprolitos son como una cápsula del tiempo”, reflexionó. “En ellos no solo encontramos insectos, sino también esporas, hongos, y polen que nos permite saber qué tipo de plantas había en la zona. Es como abrir una caja del tesoro”, explicó-
El impacto del descubrimiento va más allá de la ciencia. Torrens remarca que este tipo de hallazgos tienen un enorme valor para la región.
“Acá en La Rioja no solo tenemos los vertebrados más antiguos del mundo, ahora también algunos de los insectos más antiguos”, subrayó. “Eso es clave para impulsar el turismo científico y también para establecer vínculos con investigadores de todo el mundo. Ya hay colegas de otros países interesados en venir y trabajar con nosotros”, manifestó.
Mientras las redes científicas internacionales comienzan a “revolotear” —como bien dice el entomólogo— en torno a este descubrimiento, desde el norte argentino se enciende una luz sobre el origen de la vida tal como la conocemos. Una pequeña escama atrapada en excremento fosilizado, que sobrevivió millones de años, acaba de contarnos otra parte de nuestra historia.