Por Luis ‘Vitín’ Baronetto
En los suburbios norte de la ciudad de Córdoba hace 100 años, el 18 de julio, nació Enrique Ángel. Así lo anotó en el Registro Civil su papá, Juan Angelelli, italiano de 25 años. Aunque ese día hubo varios, este ‘gringuito’ trascendió. Por su vida y por su muerte.
El centenario nos provoca para volver al origen con referencias personales que lo encarnan en la historia cotidiana.
Para contravenir lo escrito, este cordobés que vivió 53 años, festejó su nacimiento el 17 de julio. ¿Por qué un día antes? La única razón documentada es que esa fecha quedó registrada en la parroquia Corazón de María de Alta Córdoba, cuando el 30 de agosto lo bautizaron. Es probable que la joven Angelina, de 23 años, italiana de asidua práctica religiosa –a diferencia de su marido que los domingos prefería jugar a las bochas con sus amigos– haya elegido esa fecha o se hubiese acordado mejor del día y hora exacta del parto en esa oscura noche del invierno de 1923. Sin embargo, Don Juan no dejó de anotar que había sido “el día de hoy (el 18) a la una hora…”.
Horas antes o después, lo cierto también es que apenas cumplidos los 53, siendo obispo de La Rioja, el 19 de julio de 1976 mientras celebraba la misa a primera hora, recibió la terrible noticia de que en la noche del domingo 18 habían sido secuestrados sus dos sacerdotes de Chamical, Gabriel Longueville y Carlos Murias, que encontraron asesinados dos días después. Y algunos colaboradores recordaron que el obispo había comentado el enigmático mensaje recibido poco antes sobre “un regalito para su cumpleaños”.
Esta familia de inmigrantes italianos de humilde condición social, radicada en una zona productora de hortalizas y alfa –en lo que hoy es barrio Las Margaritas– inscribió a su hijo Enrique en la Escuela Misiones, ubicada en la actual Monseñor Pablo Cabrera casi esquina Los Granaderos, donde cursó hasta cuarto grado. Allí mismo la “señorita Pimpora”, Victoria Luque, lo preparó para la Primera Comunión que recibió en la capilla del Colegio del Huerto, en Caseros esquina Belgrano, en el centro de la Ciudad. Fue también la señorita Pimpora quien favoreció la radicación de la familia en Villa Eucarística, al sur de la ciudad, donde Don Juan se encargó de la huerta del colegio de las religiosas.
Allí, Enrique terminó la escuela primaria y meses antes de cumplir los 15 años, en 1938, ingresó al Seminario. “Hicimos juntos los cinco años de latín, los años de humanidades –contó Héctor Bertaina, amigo hasta el último día– Enrique era un gran compañero, de carácter magnífico, servicial, alguna que otra vez, por allí se le salía de adentro el gringo. Un muchacho piadoso, serio en las cosas serias. En lo jovial, nadie le ganaba. Era un tipo fuera de serie. Angelelli no era un tipo brillante en los estudios, pero era un hombre constante. Muy concentrado en sus obligaciones, muy persistente.”
También contó que fue él quien lo apodó “Canuto”, porque “le salían en la cabeza unos pelitos como los canutos de los pollos, antes que le salgan las plumas”. Desaparecidos los canutos pasó a ser el “Pelado”, pero aquel apodo sería usado por los amigos en la correspondencia confidencial poco antes de ser asesinado el 4 de agosto de 1976.
En 1943, antes de cumplir los 20 años, Enrique Angelelli inició los estudios de filosofía. El boletín Lauretano, publicación interna del Seminario de Loreto, reprodujo una foto a página completa del joven seminarista con sombrero blanco tomando mate y el epígrafe: “Angelelli no experimenta el alza del azúcar.” La cuota de humor reflejaba la grave situación que atravesaba el país. Lo sorprendente, sin embargo, fue la inusual referencia política del mes de junio: “Un movimiento militar derroca en la Capital Federal el gobierno que preside el doctor Castillo, y en una proclama al pueblo, esboza un programa de sanos principios y depuración administrativa entre cuyos postulados se incluye la educación cristiana de la niñez”. ¡Y eso que se decía que la política no entraba en los claustros del seminario donde se formaban los futuros sacerdotes!
Al año siguiente, el seminarista Angelelli integró el equipo de catequesis en la capillita del Asilo San Vicente, donde ahora está la parroquia de barrio Muller a cargo del padre Mariano Oberlin. Allí se perfiló su opción por los pobres. Por esta época debe rastrearse su preferencia futbolera por Instituto, la “Gloria” de Alta Córdoba, cuando ya sus padres se habían radicado en la calle Isabel La Católica en ese barrio. Desde La Rioja siguió de cerca las posiciones del equipo favorito y bregó por su “derecho a ser campeones”.
En 1947 el Boletín anual anunció: “A Angelelli lo abandona la última pelusa de la calva”. Y al reseñar las vacaciones en la Casa de Los Molinos, en las sierras cordobesas, informaba de “un atraco de empanadas mendocinas”. Y señaló la posible autoría del hecho al agregar que “la luna cuerpeando la nube rebotó en la calva de Enriquito y la mochila de Disandro”, por la notoria corcova de éste. Más allá de estas incursiones nocturnas de los meses vacacionales, la contracción al estudio quedó reflejada en el libro de exámenes. De las veintinueve materias cursadas en filosofía y teología, en veintidós obtuvo la calificación máxima de “meritissimus”.
En septiembre de 1948 viajó a Roma para completar sus estudios. El 9 de octubre de 1949 fue ordenado Sacerdote. Y en septiembre de 1951 regresó al país luego de obtener la licenciatura en Derecho Canónico. Estuvo de ayudante en la parroquia de Alto Alberdi; y atendió a los enfermos del Hospital Clínicas. En 1953 fue designado en la capilla Cristo Obrero. Desde entonces fue asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC) y docente en el Seminario Mayor.
Fue consagrado Obispo Auxiliar de Córdoba en 1961. Participó del Concilio Ecuménico en Roma (1962-1965) y cumplió responsabilidades en el Episcopado Argentino referidas a la Pastoral Popular. En 1968 asumió el obispado de La Rioja. El diario vespertino “Córdoba” al anunciar el nuevo destino publicó “en la actualidad es considerado una de las figuras eclesiásticas de real gravitación en los medios obreros y gremiales”. Y relató “la serie de demostraciones de simpatía y afecto, en despedidas y agasajos, sobre todo de organizaciones sindicales y sectores progresistas”. A La Rioja no fue un cordobés desconocido.