Las mujeres están “cuatro veces más expuestas que los hombres a sufrir algún tipo de discurso de odio”, advirtieron el jueves pasado investigadoras que disertaron en el I Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Salud Pública (Aasap), y remarcaron la importancia de “pensar la salud pública como algo que no es una cuestión individual”, sino un “campo de construcción de solidaridad”.
En el marco del I Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Salud Pública, Télam dialogó con disertantes del panel “Avances de las nuevas derechas, discursos de odio y salud”.
Con foco en el impacto de las nuevas derechas sobre el campo de la salud, los disertantes remarcaron las características “utilitaristas, tecnocráticas, economicistas y violentas”, que forman parte -en mayor o menor medida- de las sociedades actuales y que tienen como móvil también a los discursos de odio, erosionando los principios de solidaridad que promueve la salud pública.
“Ciertas discursividades puestas en circulación, de cierto modo, hieren. Y esas heridas no son fantasiosas ni superficiales, pueden calar muy profundo y efectivamente producir daño” dijo Micaela Cuesta, coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos en la Universidad Nacional de San Martín
En este marco, Alejandra Sánchez Cabezas, vicedirectora de la Aasap y disertante del panel, explicó a la agencia que “el campo de la salud pública es un campo de construcción de solidaridad”, en el que la enfermedad “no es un ente autónomo, es fruto de las formas de vida y las maneras que nos relacionamos”.
“Hay estudios que demuestran perfectamente bien que las sociedades más integradas tienen más años de expectativa de vida. La falta de conflictividad social disminuye la mortalidad infantil”, ejemplificó.
Sin embargo, los discursos de odio “rompen la legitimidad social y el vínculo de vivir en sociedad”, añadió la médica y doctora en Ciencia Política. “Ciertas discursividades puestas en circulación, de cierto modo, hieren. Y esas heridas no son fantasiosas ni superficiales, pueden calar muy profundo y efectivamente producir daño”, sostuvo Micaela Cuesta, coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
De este modo, los discursos de odio pueden producir desde afecciones emocionales que van desde “angustia y ansiedad”, hasta prácticas de automutilación como el “cutting” (cortes en la piel), detalló Cuesta, quien participó del panel junto a Sánchez Cabezas y Juan Cannela, miembro de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica.
“Hay psicopatologías cuyas raíces profundas son sociales”, explicó la socióloga y doctora en Ciencias Sociales, ya que “cuando hay un colectivo denostado y subordinado, es un colectivo que pierde capacidades de autocuidado”.
Asimismo, señaló que los discursos de odio “exacerban la violencia sobre aquellos que suelen estar por cuestiones históricos sociales, de clase, de raza, de género, más expuestos a la violencia, al pretender excluirlos de la conversación pública.
En este sentido, el segmento más vulnerable a este tipo de violencia son las mujeres, las que “están cuatro veces más expuestas a sufrir discursos de odio que los hombres, según el relevamiento que hicimos en el laboratorio”, precisó Cuesta,
Asimismo, también “están muy expuestos a la degradación y la subvaloración que tiene como consecuencia el descuido de la salud, todas aquellas personas que tengan algún tipo de involucramiento político en sus comunidades”, como funcionarios políticos, sindicalistas o referentes gremiales, precisó.
Y añadió que “eso es un problema, porque en una democracia se supone que debería haber más políticos, o más gente involucrada con los destinos comunes”.
En tanto, las especialistas se refirieron al avance de los discursos “negacionistas” y “antivacunas” y su relación con la evidencia en el progreso de la ciencia y la medicina. “Los avances científicos son verdad, hay y hay muchos, pero es mentira que estos avances traen mejoras en la calidad de vida de la gente y más felicidad”, sostuvo Sánchez Cabezas, ya que para la especialista “nunca hubo tanta depresión ni tanto consumo de psicofármacos como ahora, que tenemos la ciencia en su máximo apogeo”.
“Nos prometieron que el progreso era felicidad y no somos más felices. Hay frustración, hay enojo, hay disconfort. Hay sociedades más fracturadas, entonces hay desimplicación social. A alguien le tengo que echar la culpa, no importa a quién“, ilustró.
En concordancia, Cuesta agregó que la sociedad depende de la “capacidad de generar vínculos en un sentido no padeciente, sino positivo”, al considerar que “uno es limitado y puede ser mejor con otros, y que esa asociación puede generar el mayor bienestar general o colectivo”.
En la actualidad, “ese tipo de narrativa y de relato es el que hoy está puesto en crisis”, sostuvo.
Frente a este escenario de violencias y fragmentación social, Sánchez Cabezas remarcó la necesidad de “poder pensar la salud como algo que no es una cuestión individual”, junto con “un estado presente”.
“La salida es a través de la construcción de otros sentidos que puedan producir focos de transformación social. Eso puede ser desde estos micropoderes individuales y desde políticas públicas, como la ley del aborto, de matrimonio igualitario, de educación sexual integral, que den el marco para que estos cambios sean posibles”, concluyó.
Fuente: Télam